Estamos culminando el primer semestre completamente presencial en la UCAB desde la llegada de la pandemia por COVID-19, declarada en marzo del 2020. En conjunto con la presencialidad, se retomaron las actividades en comunidad con apoyo de los voluntarios, prestadores de servicio comunitario y los alumnos de las cátedras de compromiso social

Las cifras preliminares nos indican que más de 600 ucabistas se han involucrado en distintas dinámicas y proyectos vinculados a la Dirección General de Extensión Social de la universidad.

En particular haré referencia a la experiencia práctica con la cátedra Identidad, Liderazgo y Compromiso II, una materia institucional en la que los estudiantes deben adentrarse en comunidad y, así, ponerse en contacto con una realidad diferente a su cotidianidad.

Esta práctica busca invitar a los jóvenes a reflexionar sobre su entorno, desde la visión del liderazgo ignaciano y los elementos propios de nuestra identidad universitaria. Además, les brinda la oportunidad de vincularse con realidades que no conocen y representa un desafío, porque deben poner en práctica sus habilidades para afrontar los problemas y situaciones de la comunidad.

Por otra parte, este tipo de experiencia permite a los estudiantes romper con ciertos prejuicios sociales que puedan tener. Por ejemplo, los relacionados con la pobreza, que son realmente amplios y pueden pasar por atribuir características particulares a las personas de sectores populares, además de imaginarios estereotipados sobre el barrio.

En Venezuela, un país cuya polarización ha estado bastante marcada desde hace 20 años, es de suma importancia que la población estudiantil entre en contacto con la realidad del barrio para desmontar ideas preconcebidas, usualmente desvinculadas de la realidad.

Retar a nuestros estudiantes con situaciones que los sacan de su “zona de confort” los motiva a recurrir a sus fortalezas y habilidades para responder, de manera adecuada, a las actividades que se les presentan en comunidad.

Del mismo modo, al enfrentarse a un nuevo panorama descubren que la realidad que conocen dentro del barrio es muy distinta a lo que habían imaginado o escuchado, lo que los lleva a reflexionar y analizar la realidad, comprendiendo que los prejuicios pueden generar brechas y separaciones sobre bases irreales que nos limitan a construir en conjunto y no nos permiten juntar los haberes de unos y otros para conocer, crecer y transformar.

Si bien al inicio algunos estudiantes pueden presentar resistencias y estar predispuestos a este tipo de actividades comunitarias, el resultado final es positivo: terminan descubriendo con satisfacción que valió la pena participar.

Al finalizar la experiencia, la mayoría de los comentarios hacen referencia a lo descrito anteriormente: “nunca imaginé que el barrio era así”, “me ha sorprendido lo muy interesados que estaban los niños o jóvenes en aprender y hacer las actividades”, “estoy agradecido por lo mucho que valoraron el trabajo que hicimos juntos” y “siento que dejé algo de mí, pero también siento que me llevé mucho más de lo que dejé”. A través de expresiones como estas, nuestros estudiantes nos dicen dos cosas: Primero, que están abiertos a cambiar y modificar percepciones, estereotipos que llevan a construir una realidad limitada y distorsionada; y segundo, que están atentos a leer a las personas a su alrededor y así conocer sus deseos, necesidades, esfuerzos; en otras palabras, desarrollan la capacidad de ponerse en el lugar del otro.

También podemos concluir que los estudiantes, en la mayoría de los casos, son capaces de conectar emocionalmente con otras personas, desde niños y adolescentes hasta adultos mayores, y sentirse impresionados sobre el efecto de su trabajo.

 “Nos esperaban contentos y con ánimo para trabajar y hacer las actividades que les llevamos”, es otra de las frases que escuchamos de nuestros estudiantes, lo que muestra que son capaces de percibir cómo impacta su labor y su compromiso en otros individuos, lo que lea lleva a conectarse más y a actuar responsablemente.

Es decir, nuestros jóvenes empiezan a darse cuenta que su accionar en el contexto tiene un efecto que incide en el otro, porque las personas con las que trabajan les reciben con alegría e interés, porque valoran lo que ellos han planificado y lo quieren disfrutar o aprender. Es decir, el estudiante se da cuenta de que es un actor para la transformación.

Pero no solamente percibe cómo impacta otros, sino que nota, además, el efecto que la comunidad puede generar en él, porque le hace reflexionar sobre sus oportunidades, sobre las condiciones distintas de vida, sobre cómo le afecta conectarse con el otro y darse cuenta que esa persona le valora. Finalmente el estudiante descubre la alegría de dar de sí al otro, además de que el otro le impacta y lo transforma, así como él y su presencia enriquecen también a quienes lo rodean.

Parte de lo que se entiende como formación integral en nuestra universidad está muy ligada a la posibilidad de permitir a los alumnos descubrir sus potencialidades y fortalezas, su capacidad de responder al entorno; pero todo eso requiere de acompañamiento docente y reflexión constante para convertir la experiencia en un aprendizaje significativo para sus vidas, así como para que su trabajo les permita conectarse con la esperanza, con sentir que la transformación es posible y que ellos, nuestros ucabistas, pueden ser parte de esa transformación, tanto en ellos mismos como personas, como también en su entorno.

Por ahora cerramos con la satisfacción de terminar un semestre cargado de muchas experiencias significativas con tantos jóvenes ucabistas, voluntarios, estudiantes de cátedras de compromiso social y prestadores de servicio comunitario que, con su esfuerzo y entrega, nos llenan de alegría y esperanza al tenerlos de vuelta en el trabajo diario.

♦Texto: Adle Hernández, directora general de Extensión Social/Fotos: archivo El Ucabista