En Venezuela, desde el 13 de marzo pasado rige un Decreto de Estado de Alarma que impuso la cuarentena por el COVID-19 en el territorio nacional y la metodología de educación a distancia en todos los niveles. Este contexto nos obligó, a los integrantes del equipo de la Unidad de Psicología Padre Luis Azagra (UPLA) de la UCAB, a buscar formas remotas de mantener la comunicación y, en la medida de lo posible, el trabajo con las familias que venían recibiendo el servicio de apoyo psicológico.
La mayoría de estas familias provienen de comunidades populares del oeste de la ciudad de Caracas, como La Vega, Carapita, Antímano, La Yaguara y Caricuao, entre otras.
Desde las primeras semanas de la cuarentena, uno de los primeros desafíos que encontramos en nuestro quehacer fue poder generar los espacios para el encuentro virtual con las familias. Nos topamos con muchas resistencias para continuar los procesos de acompañamiento por vía telefónica: constantes negativas, mensajes sin responder, postergaciones para otro día o, incluso, para otra semana.
¿Estaríamos aproximándonos de forma inadecuada a las familias? ¿Estábamos haciendo algo mal en nuestro acercamiento?
La comprensión de las dinámicas de lo que entendemos como “familias multiproblemáticas” exige, en primer lugar, tener experticia en qué es lo que viven estas familias y, como otro elemento importante, también exige poder ver los contrastes con nuestras vivencias como trabajadores de la salud mental. Así, comprendimos que para nosotros, a pesar de nuestras carencias comunes como habitantes de la ciudad, la angustia que reflejamos no era similar a la de estas familias.
Luego de numerosas insistencias, las familias comenzaron a mostrarnos lo difícil de obtener lo necesario. Comenzaron a hacernos saber que algo falta. Y, a medida que retomábamos el vínculo que fue interrumpido por la cuarentena, las familias nos fueron haciendo saber que se enfrentaban a mayores retos para emplear sus recursos personales al atender a sus demandas cotidianas. Esto debido a que a la dificultad para satisfacer sus necesidades básicas se agregan ahora el teletrabajo (o la búsqueda de ingresos económicos para sostenerse), la escuela “en casa” y las implicaciones emocionales de una pandemia en un contexto familiar multiproblemático.
Algunas madres expresan fácilmente una de las reacciones más comunes en esta situación: la angustia ante un futuro incierto en torno a la economía, el siguiente año escolar o cómo enfrentar una emergencia médica considerando el estado del sistema de salud.
Varias preocupaciones derivan del contexto de precariedad cotidiano en el que conviven estas madres y familias; sin embargo, se añaden algunas con la aparición del COVID-19. Al salir en búsqueda de alimentos o al trabajo, prevalece la angustia por el contagio y las posibles consecuencias del mismo al desconfiar del sistema de salud. Por otro lado, el mantenerse en casa en “este encierro”, ha puesto de relieve la movilización emocional de ellas y sus hijos: el desespero, la tristeza, el miedo y la rabia, en ocasiones, parecen ser protagonistas. Las familias también hacen grandes esfuerzos por mantener el control y buscar constantemente posibles soluciones, así, el futuro y no solo el presente, se vuelve abrumador.
Un contexto agobiante
“…Mi meta ha sido no desbordarme”
Si bien el foco de nuestras intervenciones está en el área de la psicología escolar, acompañando a los niños y niñas en sus procesos de adaptación a la experiencia escolar y académica –así como atender las dificultades y promover las adaptaciones necesarias para el desarrollo de las capacidades de nuestros usuarios–, atender a las familias en el contexto de cuarentena ha significado un viraje en la priorización de nuestras intervenciones. Como psicólogas y psicólogos, tuvimos que reconocer los límites de nuestro quehacer para poder reconstruir y recuperar los procesos que desde hace años ya estaban consolidados con muchos de nuestros usuarios.
En este sentido, el malestar y la angustia que nos reflejaban las familias, por momentos se iban distanciando de “los niños y niñas”, y se volcaban sobre el país. En numerosas ocasiones, destacaron las dificultades para acceder a recursos básicos como agua, electricidad o gas, incluso, para costear alimentos. Era una dificultad para conseguir lo necesario.
Para estas familias la cuarentena ha significado verse en un estado de desprotección y de ausencia de recursos, no solo económicos, sino también redes de apoyo y contención. Toda la responsabilidad del cuidado, que en principio entendemos como una responsabilidad que corresponde a las instituciones gubernamentales, también recae sobre el núcleo familiar y, en particular, sobre la figura de las madres, quienes han sido, además, nuestras fuentes de contacto, conversación y trabajo en este periodo.
Junto con las dificultades del contexto, quienes deciden atender el día a día y restar importancia al qué ocurrirá, no se notan precisamente esperanzadas, pero tampoco angustiadas. En algunos casos, las madres cuestionan su sentir y relegan sus emociones a un segundo plano, pues el ocuparse de labores cotidianas en el hogar y fuera de él, en su contexto, consume la mayor parte de su energía. Sin embargo, en condiciones como las actuales, el desánimo y la desesperanza no demoran en hacerse notar, frente a lo cual el apego a la religión y la fe son factores protectores para sostenerles.
Las complejidades de la escuela en casa
“No tengo paciencia, no tengo paciencia para nada”. “Me pongo como intensa y busco de hacerle las cosas”
Dentro de casa, las presiones para estas madres involucran nuevas actividades, como lo es “la escuela en casa”. Muchas de estas mujeres nos comentaron que para ellas las maestras envían actividades, mas no están presentes y las madres perciben una nueva necesidad a resolver. El contexto las insta, una vez más, a reinventarse, estén o no preparadas para asumir este papel. Incrementa la angustia por asumir aún más responsabilidades y surgen cuestionamientos en torno a las asignaciones escolares: cómo realizarlas, cómo corregir a sus hijos y preocupación por costear algunos materiales escolares. En este sentido, una de las madres nos comentó:
“Le envían tareas, como proyectos, y necesitamos materiales que no tenemos en la casa. Hemos usado el dinero que tenemos para poder pagarlos y a veces tampoco tenemos. 200 mil en un papel, y ellos dicen que usemos los cuadernos ¿pero cómo hace el niñito que se le acabó ya el cuaderno?”
Emerge así otro factor estresor para madres y niños, y en ocasiones para la familia nuclear y extendida: la necesidad de “ponerse al día” con las tareas, para evitar con ello retrasos en la educación formal de sus hijos.
José Javier Salas, director de la Escuela de Educación de la UCAB, en una entrevista para El Ucabista, expresa que considerando la situación actual, “el rezago escolar (…) es inevitable”. Sin embargo, aunque esto sea un hecho, las implicaciones de este rezago y el asumirlo, desde la perspectiva de las madres a quienes se ha acompañado, implica consecuencias a largo plazo que, en ocasiones, no se tiene la disposición a considerar.
La inquietud por el rezago es también una expresión de los que significa el desarrollo educativo para las familias con quienes trabajamos. Sentir que el «tiempo para educarse» se pierde, es para muchas de estas mujeres la pérdida de un esfuerzo sostenido a nivel familiar para que sus hijos puedan mejorar sus condiciones de vida. El rezago, en este sentido, se vive como una negación de la posibilidad de acceder a la movilidad social
Considerando que el nivel educativo de los padres es un factor importante en la educación de los hijos, algunas madres deben realizar esfuerzos superiores para apoyar las actividades escolares, pues no cuentan con la suficiente preparación académica. Esto, en ocasiones, contribuye a aumentar la preocupación y la frustración. Una de las madres nos lo mostraba diciendo:
“Yo no cursé el cuarto grado, ahora tengo que volver a aprender todo eso. Es difícil no poder ayudar al niño. De aquí saldremos graduados los dos”.
La frustración no necesariamente se convierte en inacción. La búsqueda de redes de apoyo con miembros de la familia, nuclear o extendida, ha resultado beneficiosa para algunas de las madres en la labor de continuar con la formación educativa de sus hijos. “Con la hermana mayor nos ponemos para ayudar a Josué con las tareas. Todo lo hacemos con un celular y ella es la que sabe usarlo, por lo menos yo no sé cómo buscar”, nos hacía saber otra de las madres.
En algunos hogares surgió la necesidad de establecer rutinas. Los padres evitan descuidar sus obligaciones, laborales o no, a la vez que atienden las asignaciones escolares de los niños y procuran lograrlo a través del cumplimiento de horarios. Así, parecen dar sentido a una realidad caótica que exige abandonar los espacios que articulan el día a día. El hogar se reconfigura, se trasladan aquellos espacios que usualmente están fuera, convirtiéndose a la vez en oficina, escuela y área de recreo. En la misma línea, los roles se transforman, generándose confusión: los padres no dejan de ser padres, pero se convierten en maestros e, igualmente, los niños en alumnos, pero en casa.
Las madres nos muestran cómo están exigidas en cuanto al proceso académico y cómo también se enfrentan con las propias limitaciones de los niños. En unos casos expresan que los niños están “flojos”, aburridos, quieren jugar cuando hacen las tareas, o muestran dificultades para concentrarse. Observan las conductas de sus hijos y buscan alternativas para mejorar el desempeño académico. Sin embargo, esto parece no ser suficiente. Para estas madres no se trata solamente de crear espacios de juego, nuevas rutinas y lugares para trabajar. Se mantiene la necesidad de una atención especializada a las limitaciones y los recursos de cada uno de sus hijos. Esto en algunas ocasiones se convierte en una situación que las sobrepasa.
“Ya no sé qué hacer con él. Yo hago el intento pero le cuesta concentrarse y quiere jugar todo el tiempo”
“Con Andrés le mandaron tareas y es un proceso para que las haga. No tengo paciencia, no tengo paciencia para nada. Empieza a llorar porque uno le dice que está mal y lo tiene que borrar”.
Al decir de los padres, en esta situación resultó sencillo para algunos niños entender la escuela en casa como un período vacacional. Quizás, en consecuencia, muchas familias entienden esta actitud como “flojera”, preferencia por jugar y, en general, escasa disposición a realizar las asignaciones escolares, pues usualmente no asistir al colegio es sinónimo de vacaciones o descanso.
“…dice: ya yo no quiero hacer tareas… ya nos dieron vacaciones…”
Es un hecho que las madres muestran sentirse exigidas en cuanto al proceso académico, sin embargo, cada una canaliza esta sensación de forma distinta. Por ejemplo, en contraparte con aquella madre que se esfuerza por conseguir la participación de su hijo, otra, también preocupada por cumplir las demandas, opta por realizar la mayor parte de las actividades, asumiendo con cierta resignación que su hijo no se nota dispuesto a participar. Indistintamente, una vez más, la madre asume la mayor responsabilidad, mientras asigna al niño tareas más cortas o menos complejas.
“…Él se distrae o se pone a pensar en películas”
“Me pongo como intensa y busco de hacerle las cosas”
“… él sólo las copia”
Estos pueden ser los abordajes típicos o habituales en casa, previo al período de confinamiento, sin embargo, cabe pensar cómo la situación actual exacerba estas sensaciones de demanda, de impaciencia, de resignación ya que, claramente, el rol de maestra cobra aún más importancia.
El quehacer psicológico en cuarentena
A partir de la entrada de la cuarentena, en todo el mundo han surgido numerosas iniciativas psicológicas para “lidiar” con lo que puede significar permanecer en casa, criando, educando, conviviendo. Con los acercamientos a las familias, hemos comprendido que estos significados sobre la cuarentena son elaborados desde las condiciones personales, familiares y comunitarias de cada historia particular.
Asumiendo que nuestro trabajo es apoyar a las personas para encontrar alivio a sus sufrimientos, el contexto de cuarentena nos interpeló de múltiples maneras ¿Cómo poder hacer nuestro trabajo sin tener el contacto presencial con las familias? ¿Puede la psicología contribuir con la mejoría en estas circunstancias?
Las familias nos mostraron una y otra vez cómo las recomendaciones psicológicas en cuarentena y las recetas universales para la salud mental tenían claros límites en sus vivencias, pues la vulnerabilidad y la precariedad en la que se encuentran son factores profundamente estresantes y, en muchos casos, también eventos potencialmente traumáticos.
Ante las numerosas recomendaciones que logramos compilar de diferentes fuentes y lugares, veíamos cómo cada intento de establecer una nueva “práctica” o “rutina” desde nuestro saber se caía con el paso de los días. Veíamos las limitaciones para tener una llamada telefónica, pues, en muchos casos, los medios digitales (WhatsApp, Zoom, Skype) no están disponibles y sugerirlos es también fuente de vergüenza, “aquí no tenemos de eso”.
Estas imposiciones de una realidad diferente a la nuestra nos invitó a recurrir al elemento más singular del quehacer psicológico y terapéutico: la escucha. En nuestra propia angustia por buscar el bienestar y el apoyo a las familias, fueron las familias quienes nos hicieron volver a los fundamentos de nuestro trabajo, sin recurrir a atajos, tips o prácticas descontextualizadas. La escucha ha sido, sin duda, el motor de nuestras intervenciones.
Autores/Investigadores:
Francisco J. Sánchez. Psicólogo Clínico Comunitario[1]
Daniela D´Angela. Psicóloga
Yusmary Riera. Psicóloga
Adriana Vera. Psicóloga
*Fotos referenciales: Reuters y El Informador
[1] Agradecemos a los psicólogos, psicólogas y psiquiatras de la Unidad de Psicología Luis Azagra s.j. por su generosidad en el intercambio de las ideas que intentamos esbozar en este escrito. Igualmente agradecemos a las familias por permitirnos acompañar sus procesos personales. Por razones de confidencialidad, los nombres usados en el texto fueron cambiados.